martes, 14 de abril de 2015

Mañana en el campo

Veo la punta de un sable aparecer de repente, como un disparo mudo de bala transparente saliendo de los cerros. Es el primer haz pero muchos le siguen, cien saetas de luz ensangrentando el cielo. La mañana de abril apaga las estrellas.

Mi corazón se detiene a ratos pensando en ese asesinato perpetuo: el día matando a la noche, y el crepúsculo muriendo dos veces el mismo día. Brisas cortantes arremeten entonces, con aroma de otoño y escalofrío; y mi marcha sigue, atravesando aquel Collico sublime, de ojos verdes y piel de escarcha. Un chucao suspira detrás de un arrayán y junto a mis pies aplacamos el silencio, pisando el hielo y las hojas, esas que ya en marzo perdieron las ganas de vivir.

Al otro lado del cielo la noche se despide agonizante, jurando regresar oscura, jurando dibujar para mí luceros danzantes en su lienzo azulado. Poco me importan sus promesas, la luz del día atrapa implacable mi alma, mi andar ya no es errático ni poético y camino sin pensar a la antigua ciudad de Villarrica.

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