miércoles, 18 de marzo de 2015

El Rayén del Edén

Cuentan que Dios lo soñó para el final, porque el rayén del Edén, flor de flores, solo pudo venir desde un sueño.

Sacó Dios el aroma del arcoíris y lo ocultó bajo los tallos de su piel. Moldeó en las curvas de un manantial sus caderas, y de un fuego de noble poesía dibujó sus ojos mientras reía. Cien días le tomó formar su corazón, cien días perfectos de primavera valdiviana, entre la lluvia y el claro, y el viento jugueteando en los alerces.

Lunas y nubes, sol y neblina, tormenta y rocío, y a lo lejos la estrella del crepúsculo. El tambaleante carácter, la dulce armonía, la pasión celosa. Todo aquello en un ser, todo en un celestial ser.

Jamás el Edén vio belleza semejante, esa flor perfecta, creación última y sublime. Pero hay! pronto no quiso Dios que la aurora se ofendiera, ni que los ángeles sintieran envidia; no quiso que la cascada callara, intentando escuchar su voz; ni que la golondrina perdiera su rumbo, por estar buscando sus ojos. Y así sin remedio usó la costilla del hombre, quien dormía y dormía, para agregarle humanidad a su perfecta sinfonía.

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