El faro del monte, de esplendor verdoso, piel volcánica y huesos rojos.
Trecientos veintiún generaciones de pájaros pasaron su infancia al
alero de su brazo derecho, doce fueron los corderos devorados por los
pumas a sus pies. Los humanos que se refugiaron a su lado de lluvia y
sol jamás los contó, excepto claro los que le tendieron un abrazo: cinco
en total.
-El momento de la muerte, a nuestro pesar, es brutalmente sencillo -le dijo a un tiuque que se negaba a partir de sus ramas mientras las brillantes hachas lo mordían con furia, escupiendo astillas al destrozar la preciada madera.
'Qué curioso' -pensó al caer con estrépito sobre la gran loma donde
creció -'Muerto por un niño que quizá nunca sepa lo que es vivir más de
un siglo... así debe ser supongo, que a un viejo lo mate otro más viejo
aún sería una real tragedia.'
El faro del monte murió a finales de
algún febrero, luego de varias semanas de silenciosa agonía. Leña sus
brazos, el desmembrado cuerpo puertas y tablones de firmeza
imperecedera. El recuerdo en tanto, de su perfecta forma y su magnifica
altura reinando en las alturas del monte, vivió una generación humana y
luego, como la gran mayoría de todo lo que alguna vez a existido, se
olvidó por siempre.