martes, 22 de diciembre de 2015

Pellín

El faro del monte, de esplendor verdoso, piel volcánica y huesos rojos.
Trecientos veintiún generaciones de pájaros pasaron su infancia al alero de su brazo derecho, doce fueron los corderos devorados por los pumas a sus pies. Los humanos que se refugiaron a su lado de lluvia y sol jamás los contó, excepto claro los que le tendieron un abrazo: cinco en total.
-El momento de la muerte, a nuestro pesar, es brutalmente sencillo -le dijo a un tiuque que se negaba a partir de sus ramas mientras las brillantes hachas lo mordían con furia, escupiendo astillas al destrozar la preciada madera.
'Qué curioso' -pensó al caer con estrépito sobre la gran loma donde creció -'Muerto por un niño que quizá nunca sepa lo que es vivir más de un siglo... así debe ser supongo, que a un viejo lo mate otro más viejo aún sería una real tragedia.'
El faro del monte murió a finales de algún febrero, luego de varias semanas de silenciosa agonía. Leña sus brazos, el desmembrado cuerpo puertas y tablones de firmeza imperecedera. El recuerdo en tanto, de su perfecta forma y su magnifica altura reinando en las alturas del monte, vivió una generación humana y luego, como la gran mayoría de todo lo que alguna vez a existido, se olvidó por siempre.