Al alba salió del gallinero la doña con su plumaje colorado caminando orgullosa, pasó la mañana picotiando el suelo, hasta que al rato llegaron los hombres con la comida. A diferencia del resto, que corrió a su encuentro, ella por algún extraño sentimiento, se quedó pasmada un rato, observando el ciprés que día a día tan desinteresadamente les daba sombra, luego, acercándose un poco, le picoteó cariñosamente una raíz y dando media vuelta fue al encuentro de sus compañeras. El viejo ciprés la extrañaría, al almuerzo se comío cazuela.
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