miércoles, 21 de octubre de 2015

Ortográficamente Enamorado

Había amado muchas veces: libros, poemas, versos y rimas; hasta que un día en que soñaba con metáforas se encontró con ella, lo supo al instante al sentir un fatal escalofrío: estaba ortográficamente enamorado.

Así como al fútbol lo amaba entre paréntesis y a escribir entre comillas, su amor por ella fue escrito con mayúsculas en cada párrafo de su vida. Este amor de letras grandes además llevaba tilde, era agudo, claro, como todo amor, pero también grave como el fuego y hasta esdrújulo a veces, como una lágrima.

Fue una epéntesis perfecta metiéndose en palabras que ya jamás serían como antes: la alegría, como anécdota, ya no podía escribirla sin pensar en su risa y ni siquiera podía leer de belleza sin recordar su mirada. Hasta el frío cortante de julio le sonreía prosopopéyicamente.

Las vocales tropezaban y aunque a veces le parecía un diptongo y le costaba entenderla, al final del día las oraciones se ordenaban formando párrafos claros y directos, que alimentan el vocabulario de su corazón. Que iba a hacerle, dicen que el amor es un verbo, uno al que lo acompañan muchos adjetivos, pero el nunca encontró el adecuado para describir lo que sentía por ella.

Quería amarla con versos en ruso y en quechua, declararle lo que sentía en aimara, reír con ella en español antiguo, murmurándole su amor con hiatos y apóstrofes. Quería amarla sin abreviatura alguna, rompiendo métricas, rasgando poesía, usando reglas que ya no se usaban, inventando palabras que aún no existían. Quería ahogarse en un fulgor ilógico y morir lentamente de alegría entre tus dulces besos tautológicos.

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